Dia 11
¡Tiempo, paraté quieto!
Hay días en que no te apetece hacer nada, absolutamente nada, sólo sentarte a mirar la vida pasar, y el reloj va despacio dando las horas, y te aburres, y no sabes que hacer, sólo quieres que pase ya el tiempo...
En cambio, hay otros en los que te sientes llena de energía, en los que quieres hacer millones y millones de cosas, en los que sientes que te falta tiempo para hacer todo lo que quieres hacer, en los que ves que las manecillas del reloj pasan muy deprisa, tremendamente deprisa, y tú no quieres que suceda esto... no lo quieres porque piensas que al día siguiente no estarás así, con esa energía, con esas ganas de hacer las cosas.
Es paradójico pensar que el tiempo no trascurre de igual manera unos días y otros, pero es así, los segundos y los minutos, las horas y los días tienen siempre, exactamente, la misma duración: un día son 24 horas, una hora 60 minutos, un minutos 60 segundos... y así se podría llegar hasta la raíz del tiempo, una raíz que es inamovible, es siempre la misma, todo es siempre lo mismo... aunque no lo parezca.
Miró el reloj, no para, sigue su avance y yo continuo con lo que estoy haciendo... Levantó los ojos, ha pasado ya diez minutos, una hora, dos o quizás tres... el día se acaba. No quiero que se acabe, que tenga que irme a dormir.
No quiero perder esta energía que ha aparecido de repente, la que me anima, la que hace que el tiempo pase imperceptiblemente... no quiero perder la inspiración... las ganas de seguir sumergida en el mundo de las letras... No quiero que pase el tiempo...
Y tal y como definí hace un tiempo (que extraña palabra es pues, ya que puede significar indistintamente pasado, presente y futuro) todo es levedad... y me gustaría que el tiempo estuviese, por un momento, quieto, que detuviese su avance impasible, que no quedara sólo el recuerdo... pero no puede.
Hay que resignarse a lo que se tiene.
A lo que es el ahora y el presente.
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